María: “Estuve 18 años recibiendo maltrato por mi expareja, que llegó a vender mi cuerpo a amigos y conocidos”
María (nombre ficticio porque aún tiene miedo a confesar el suyo), llegó a España en octubre de 2021, junto a su actual marido, dejando atrás una vida marcada por el miedo, el maltrato, el sufrimiento y las amenazas.
Su relato empieza con su primer embarazo, a los 18 años, un embarazo que vivió como madre soltera y con el apoyo de su familia. Al poco tiempo de nacer su primer hijo, conoció al que sería su marido y padre de su segundo hijo. En ese momento, María tenía 20 años y su futuro marido, era 30 años mayor que ella. Al poco de estar con él se queda embarazada y nació su segundo hijo. Los dos primeros años de relación fueron bien, pero a partir de ese segundo año, empezó su calvario: “Estuve 18 años recibiendo maltrato físico y psicológico por parte de mi expareja y padre de mi hijo, llegando también, a vender mi cuerpo a amigos y conocidos”, relata.
María aguantó vejaciones, maltrato físico y psicológico, y violaciones durante años. «Por mi hijo, para que pudiera tener un referente paterno, y por mí, ya que si huía me tenía amenazada con encontrarme y matarme”, explica. Aún con esta situación, sacó fuerzas y empezó a estudiar el bachillerato por las noches, ya que él no la dejaba estudiar y con trabajos puntuales de limpieza, logró costearse su formación como auxiliar de enfermería y al poco tiempo accedió a un empleo estable.
Todo se derrumbó cuando asesinaron a su hijo
“Hablé con él el jueves y los siguientes días no hablamos. El lunes, yo entraba al turno de noche y estaba durmiendo cuando me llamaron, no contesté y por la noche me fui a trabajar al hospital. El martes, sentí una corazonada al salir del hospital y pasar por delante de Medicina Legal. Cuando llegué a casa busqué una foto de mi hijo, no era normal que estuviera tantos días sin contestarme”.
Ese mismo día recibió la llamada de la Fiscalía para comunicarle el fallecimiento de su hijo. “Mi hijo era todo para mí, era mi compañero, mi confidente, mi amigo (…) Cuando vi a mi hijo en ese cajón se fue todo de mí”, reconoce María. Fue asesinado un 18 de marzo, unos días antes de cumplir 20 años.
Cuando enterró a su hijo decidió investigar qué había pasado y fue al lugar del asesinato. Preguntando a las personas que por allí vivían, logró un vídeo de una de las cámaras de seguridad de una vivienda. En el video se podía ver perfectamente como asesinaban a su hijo ante la impasividad de la gente frente a los gritos de ayuda del joven.
Comienzo de la huida
A los pocos meses de morir su hijo, huyó de la vivienda que compartía con su marido y padre de su hijo. La situación era inaguantable, llegándole él a reprochar incluso su llanto. Durante este tiempo, María intentó quitarse la vida en repetidas ocasiones hasta que su madre la internó en una clínica mental. Al reincorporarse al trabajo, conoció al que acabaría siendo su marido, primero como paciente y después como acompañante de un familiar. Para ella fue un apoyo fundamental; «un confidente, un amigo», revela. Fue este nuevo apoyo, sumado a la situación tóxica e insostenible con su exmarido, lo que le hizo romper lazos con el padre de su hijo, dejando de mantenerle y ayudarle.
Su nueva pareja le ayudó a esclarecer qué había pasado con su hijo. Lograron averiguar quiénes habían sido y llevaron la información a la Fiscalía, pero les dijeron que se había cerrado el caso. Todo esto llegó a oídos de los presuntos asesinos de su hijo. “Un día, cuando iba a trabajar con mi pareja en el coche, nos atravesaron, nos encañonaron y nos amenazaron con que si seguíamos investigando, nos pasaría lo mismo que a mi hijo”.
Renunció a su trabajo y cambiaron de ciudad. Estando en esta nueva ciudad, quedaron encerrados por la pandemia y en cuanto pudo, volvió a trabajar en un nuevo hospital. “Un día, saliendo del hospital, me encontré a los mismos tipos, nos siguieron, sabían dónde vivíamos y dónde trabajaba. El miedo se apoderó de nosotros, teníamos que salir de allí”.
Una nueva vida en España
El hijo de su pareja les costeó los billetes a España. Dejaron trabajo, casa y familia atrás, en busca de seguridad, estabilidad y tranquilidad.
Cuando llegaron a España, les acogió un amigo de su pareja y al poco tiempo entraron en el sistema de acogida. Tras un largo periplo buscando un lugar en el que sentirse bien y acceder a una casa, lograron alquilar una vivienda. “Ahora estoy tranquila, no está en juego mi vida, no tenemos que estar huyendo”, describe María, que además se siente valora tener junto a ella a alguien que le ama y le hace «feliz».
Afronta su futuro con positividad, ha iniciado la homologación de su formación y le gustaría poder trabajar en la sanidad, igual que en su país de origen. Quiere seguir formándose y demostrarse a ella y al mundo, sobre todo, a aquellos que le han hecho tanto daño, su capacidad de reponerse y de cumplir con sus sueños y metas. “No he podido salvar la vida de mi hijo, pero sí la de mucha gente y espero poder seguir haciéndolo (…) Me siento feliz, no tengo soledad, ni dolor en el alma, ya no pienso en quitarme la vida, sino en vivir día a día”.
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