Amadou Dembele. Lágrimas de mar
Cuando Amadou se ríe – una risa contagiosa y divertida – es imposible imaginar que esa alegría de vivir y esa transparencia de alma conviven con las lágrimas de mar y sal que resbalan por sus mejillas a veces, cuando está a solas, en el ocaso del día. Echar de menos hasta que duele es el precio que paga por estar a salvo, sí, pero lejos de su Mali natal, lejos de su familia, muy especialmente lejos de su madre, para quien siempre fue el pequeño de sus seis hijos, tan querido y protegido.
También convive con el dolor del recuerdo de todas las dificultades soportadas y sobrevividas en sus escasos pero intensos 23 años. Llegó a Canarias hace tres años tras un infierno de travesía que duró siete espantosos días.
Sus recuerdos de infancia son bonitos. A los trece años dejó la escuela para ayudar en casa, trabajando de aprendiz en la panadería de su padre. “Me gustaba mucho el trabajo, claro. Sin embargo, mi vida era muy difícil”. Como no iba a serlo, en un país sumido en una guerra desde hace más de una década, escenario de la insurgencia yihadista, de revueltas de tuaregs en el norte y de conflictos entre etnias enfrentadas.
Con solo 18 años sufrió un brutal ataque. “Mi padre me dio dinero para que viajara a la ciudad a comprar y me siguieron, iban enmascarados. Me pegaron una paliza brutal y me hirieron en la pierna con un cuchillo”. Recuerda el miedo aterrador y el sabor metálico de la sangre. “Las heridas físicas cicatrizan y se acaban olvidando, pero el recuerdo permanece y duele siempre”.
Fue el motivo para dejar su país, el miedo. Esta vez había sobrevivido, pero quizás no tendría tanta suerte si se repitiera una situación de peligro de muerte. No quería vivir con ese riesgo.
“Me marché y viví – o más bien sobreviví – un año y medio trabajando en las minas de oro. Es lo más duro que puedas imaginar. Estar bajo tierra buscando oro durante jornadas de más de 12 horas es inhumano. Alrededor de las minas había un entorno hostil con gente peligrosa, el oro atrae a personas sin escrúpulos y la vida ahí no valía nada”. Vivían en viviendas precarias, durmiendo hacinados y en el suelo, sin baños y sin posibilidad de ducharse en dos o tres meses. “Comida sí teníamos, pero las condiciones eran realmente indignas”.
Como tantos que emprenden la huida a ninguna parte, Amadou se puso en manos de traficantes de personas, en busca de un lugar seguro donde vivir. “Mi padre se negaba a que me subiera a una patera y arriesgase mi vida en el mar”, sin embargo, era la única manera de salir de ese infierno tejido de sudor, sangre y oro.
La primera etapa hasta Mauritania la hizo a pie y allí al principio dormía en la calle. “Conseguí trabajo y en tres meses ahorré lo que necesitaba para el pasaje en barca”.
No sabe de qué puerto salió. “No sabría localizarlo en un mapa, nos ponemos en manos de las mafias a ciegas. El primer intento fue un fracaso y tras tres días a la deriva, regresamos”. Una semana más tarde, se embarcó de nuevo. “Realmente fue aterrador, lo peor que he vivido nunca. No llevábamos comida ni casi agua. Recuerdo un hambre brutal, una sed mortal y un frío que nos devoraba. Yo al final prefería morir que seguir, en serio, llegué a desear la muerte, estaba decidido y no aguantaba más, pensé en tirarme al agua”. Al séptimo amanecer avistaron la costa.
Desde su llegada a España ha contado con el apoyo de organizaciones humanitarias, Cruz Roja al principio y en la actualidad de CEAR, fundamental en su acompañamiento legal y laboral y social. Ha vuelto a jugar al fútbol, su pasión, en el CEAR F.C. Alicante, un proyecto que apuesta por el deporte como herramienta de inclusión social. “Trabajo duro, ahorro y envío dinero a mi familia, todo lo que puedo, para que estén mejor. Me hace sentir bien y me hace pensar que todo el esfuerzo ha merecido la pena”. Los malos recuerdos ni se borran ni se olvidan, pero Amadou está aprendiendo a convivir con ellos. “En España ahora estoy feliz”. Trabaja en la construcción, en servicios verticales. “El primer día fue duro, me asustaba un poco estar ahí colgado, pero mira, mejor estar arriba que abajo, arriba ves la luz”.