El deseo de María para su país: ‘‘Ojalá se acaben las balas’’
Aunque ahora respira tranquila, a sus 21 años María ha tenido que enfrentarse a una situación de total inseguridad y desamparo. Su padre, miembro de una de las maras más peligrosas de Centroamérica, insistía para que su hermano menor y ella comenzaran a formar parte de esta pandilla.
Natural de la capital salvadoreña, San Salvador, María pretendía tener una “vida normal”, como cualquier otra adolescente de su edad. En su país, había cursado estudios hasta bachillerato y también había trabajado como técnica dental, algo que le apasiona y en lo que le gustaría especializarse.
Sin embargo, la situación en su casa se complicó hasta el punto de tener que huir junto a su hermano menor. Años antes, su madre ya había tomado esta decisión por el mismo motivo: su marido, el padre de María, pertenece a una de las pandillas más peligrosas del país, la Mara Barrio 18.
Las maras persiguen a jóvenes y les amenazan para que se integren en ellas, extorsionan a las personas y a sus familiares que consideran que tienen dinero, y castigan duramente –a veces hasta la muerte – a aquellas que se niegan a colaborar y se resisten a su autoridad.
‘‘Nunca hicimos nada de lo que nos pedía mi padre. Yo ponía excusas como que tenía que irme a trabajar y él se enfadaba. Los años sin mi madre en casa fueron muy desesperantes. La situación no mejoraba y yo me sentía muy insegura. Tenía claro que me iría de allí en cuanto cumpliera la mayoría de edad y consiguiera algo de dinero. También tenía claro que mi hermano vendría conmigo, era un riesgo que se quedara allí puesto que incluso la Mara Salvatrucha (otro violento y peligroso grupo históricamente enfrentado a la Mara 18), ya lo estaba acechando’’.
En busca de calma
‘‘Aún me cuesta trabajo superar algunas situaciones de violencia vividas en mi país’’, asegura María, aunque reconoce que cuando se subió al avión ya sintió “un poquito de paz” y “mucho más tranquila” cuando aterrizó en España, a donde llegó en febrero de 2022. Solicitó asilo y ahora se encuentra a la espera de una resolución.
Admite que no siempre ha podido hablar de todo esto con naturalidad, pero el trabajo con su psicóloga de CEAR le está permitiendo avanzar a la hora de gestionar sus problemas y ahora siente que puede enfrentar aquello que vivió sin que duela tanto. ‘‘He llegado a marearme y sentirme muy mal al recordar todo lo que me ha pasado”, explica.
Vida en España
‘‘Sabía que no venía de vacaciones. Venía a trabajar y, si se podía, a estudiar’’. Su madre ya llevaba unos años en España y le advirtió de que no era fácil empezar de cero. ‘‘Mi mamá ya tuvo que enfrentarse a muchas dificultades, me contaba que desempeñó diferentes trabajos, muy mal pagados y en malas condiciones. Ahora, por suerte, lleva más de dos años en el mismo empleo (cuidado de mayores)’’.
Cuando María y su hermano llegaron, su reunieron inmediatamente con su madre y, a los cinco meses, pudieron alquilar una habitación para los tres. ‘‘Una habitación que no era grande para nada, de hecho, cada sábado a una de nosotras le tocaba dormir en el suelo’’.
Desde entonces, y tras trabajar durante una semana en el campo, María se ha dedicado al cuidado de personas mayores, al igual que su madre.
Actualmente afirma que intenta vivir el día a día. ‘‘No soy totalmente feliz, pues me falta estabilidad. A mí me gustaría estudiar y tener un trabajo estable’’. Sin embargo, se siente en paz y ve como, poco a poco, va alcanzando nuevas metas: ha superado el examen de la ESO y pronto estará estudiando. Además, se está sacando el permiso de conducir.
Agradece a CEAR, especialmente a su letrada y psicóloga. ‘‘Me han dado mucho’’, dice. Y, en la distancia, también tiene un deseo que tiene que ver con El Salvador: ‘‘Quisiera paz y tranquilidad, que se acaben las balas’’.
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